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Muchos de los críticos de China parecen impulsados por diferencias ideológicas más que por realidades económicas. En gran medida, ven al país a través del prisma de un rígido sistema de control comunista, condenado a seguir a la Unión Soviética en un eventual fracaso. Pero la idea de que el sistema económico de China es comunista, en el sentido tradicional del término, ha pasado ya su fecha de caducidad. Ahora es una economía mixta con un sector privado, complejo y vibrante, que representa la mayor parte de su empleo, exportaciones, inversiones e innovación. Y como resultado, ahora enfrenta muchos de los mismos problemas que las economías occidentales, incluidas las desigualdades; que son tan graves como las que se encuentran en Occidente.

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