El actual proceso de desaceleración de la economía china ha llevado a que los expertos se dividan entre pesimistas y optimistas. Según los primeros, el crecimiento del país asiático podría desacelerarse a 2,4 por ciento en los próximos dos decenios; mientras que los segundos sostienen que China puede alcanzar un crecimiento anual de 8,0 por ciento durante ese mismo lapso. Pero una predicción más moderada, basada en los datos generados por la experiencia de crecimiento único de China, nos indica que el promedio de crecimiento potencial del PIB podría reducirse a 6,5 por ciento hacia el 2030. La clave de este escenario es que los líderes chinos mueven la economía hacia una senda de crecimiento más equilibrado y sostenible, basado en expectativas realistas. Sencillamente, no pueden darse el lujo de manejar mal los ineludibles retos que tienen por delante, como los derivados de las debilidades internas institucionales, la incertidumbre política y los choques externos. El riesgo es que, hasta que las medidas de reforma tengan efecto, las autoridades pueden seguir dependiendo de los estímulos a corto plazo para cumplir los objetivos de crecimiento, agravando la mala asignación de recursos y la vulnerabilidad estructural.
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