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SANTIAGO, 28 abr (El Mercurio) — “¿Por qué escribí ‘Identidad’? Porque Donald Trump fue elegido Presidente en 2016, así de simple”, dijo hace poco en una charla que dio en Chicago, su ciudad natal, hablando sobre su último libro, donde aborda la situación de las democracias liberales y advierte que están bajo amenaza. Ahora, al teléfono desde la Universidad de Stanford, donde es director del Centro para la Democracia, el Desarrollo y el Estado de Derecho, Francis Fukuyama, autor de “El fin de la historia y el último hombre” en 1992 -quizá uno de los ensayos políticos más influyentes de los últimos 30 años-, reitera lo que piensa del Presidente de su país: “Trump representa otra señal más de la decadencia, una creciente falta de consenso sobre muchos valores básicos de los Estados Unidos”.

En Chile, el 8 de mayo -invitado por la Cámara Chilena de la Construcción en el marco de la semana de la construcción que se realizará a principios de mayo, y del cual “El Mercurio” es media partner . Fukuyama participará en este contexto en el seminario “¿En qué mundo vivimos?, Diálogos para enfrentar el futuro”- hablará de sus libros, de “Identidad” -que también es un best seller -, y, por cierto, de China, de la que es muy crítico.

En 1989 escribió su ensayo “El fin de la historia”. Desde entonces -y después convertido en libro en 1992- se discutió, se citó incansablemente y también malinterpretó, como Fukuyama siempre recuerda. Pero a sus 66 años este doctor en Ciencias Políticas de Harvard sigue siendo una estrella en el firmamento de intelectuales.

-Hay un libro de Noam Chomsky titulado “¿Quién domina el mundo?”. ¿Quién domina al mundo en su opinión?

-Bueno (se ríe), creo que nadie domina el mundo. Las cosas han cambiado dramáticamente en los últimos 20 años. Tuvimos un período después de 1989 cuando EE.UU. era una especie de poder hegemónico, y no había otro gran poder como para equilibrar. Pero eso empezó a cambiar dramáticamente después de 2008, cuando Estados Unidos sufrió esa gran crisis económica, Europa también tuvo su propia crisis del euro y China siguió progresando. Y en este momento China es extremadamente asertiva y Rusia también ha consolidado su poder, así que hemos estado en un proceso de volver a un mundo multipolar, una situación más normal, más promedio en la que hay una distribución más amplia del poder. Eso es una cosa. Y la otra es el ascenso de Donald Trump. Por primera vez vemos un presidente abiertamente nacionalista y aislacionista, que ha cuestionado el valor de las alianzas, y la primacía de la democracia en la política exterior. No creo que esto represente un nuevo consenso, pero mientras él esté en el cargo, Estados Unidos se alejará de la posición de liderazgo que ha tenido por tanto tiempo.

-Le han preguntado mucho sobre “El fin de la historia”. ¿Qué piensa sobre lo que escribió en ese libro con respecto a que las únicas amenazas a la democracia liberal podrían ser el nacionalismo y el fundamentalismo?, ¿se cumplió eso finalmente?

-Bueno, antes que nada, hubo un malentendido sobre lo que significaba el fin de la historia. Se trataba más bien sobre qué tipo de sociedad encontraríamos al final del proceso de modernización y si habría una forma superior de organización que no fuera una democracia liberal. No estoy tan seguro de que haya una alternativa a estas alturas. El único verdadero contrincante es China, pero no estoy tan seguro de que este sea un modelo muy atractivo para los demás países. Sigue siendo una pregunta abierta. Es difícil crear un Estado moderno, que tenga niveles de corrupción relativamente bajos, que sea capaz de proporcionar servicios y productos públicos de una manera eficiente y satisfaga a los ciudadanos, y que no esté dominado por grupos o líderes particulares dentro de la sociedad. Tener elecciones democráticas es bastante fácil, pero lidiar con algo como la corrupción sistémica es mucho más difícil. La otra idea que introduje fue la de la decadencia política, porque en mi libro original no estaba el concepto de que se podía tanto retroceder como avanzar. Y pienso que Estados Unidos ha estado retrocediendo, y esto sucedió antes del surgimiento de Trump. Él representa otra señal más de la decadencia, una polarización, una creciente falta de consenso sobre muchos valores básicos de Estados Unidos, y es un importante punto de debilidad en la actualidad.

-Al mismo tiempo, hemos visto en América Latina a Jair Bolsonaro, y ahora, se avecinauna elección muy disputada en Argentina. ¿Ve ambos fenómenos como una amenaza para la democracia liberal?

-Bolsonaro es muy interesante, porque es un populista mucho más al estilo europeo y no quiere una masiva redistribución económica. De hecho, no le gusta Bolsa Familia ni los otros programas contra la pobreza que fueron introducidos por el PT. También tiene ideas racistas: ataca a los negros en Brasil de una manera muy parecida a Trump, pero mucho más explícita, lo que es muy extraño en un país en el que el promedio de la población no es de blancos. De alguna manera ha logrado sacar provecho de una especie de repugnancia generalizada con las élites de Brasil que son extremadamente corruptas. Pero es muy difícil decir si esta es una forma duradera de política en ese país. Me parece que el mayor problema es el retorno del clásico populismo de izquierda. Cristina Kirchner se va a presentar de nuevo en Argentina y podría traer de vuelta políticas muy conocidas que han sido promovidas por populistas en América Latina durante décadas. Nada nuevo, pero es una especie de recurrencia al mismo peligro.

-¿Qué piensa que deberían hacer las organizaciones internacionales con respecto al regimen de Nicolás Maduro?

-Es muy difícil saberlo. Que haya al menos un grupo de países en América Latina que han estado destacando lo terrible que es el régimen de Maduro no es algo que haya pasado con otras dictaduras de izquierda, y eso ya es un progreso. Lo más importante es seguir con esta presión internacional, y hacerle entender a la gente que el desastre que está ocurriendo allá no es resultado del imperialismo o de la política de EE.UU., sino que es algo que crearon en Venezuela dictadores muy incompetentes e ideologizados.

Peligro chino

-El Presidente Piñera está en este momento en una visita oficial a China, en medio de una guerra económica entre ese país y Estados Unidos. ¿Cómo debería lidiar Chile con la enorme presión de lado y lado? Porque los valores que representan ambos países son muy diferentes.

-Bueno, de hecho esto va a formar parte importante de la presentación que voy a hacer en Santiago, porque he estado estudiando de manera bastante intensiva el tema de la infraestructura china y las inversiones en el mundo en vías de desarrollo. Lo que está haciendo China es satisfacer una importante necesidad de capital, de infraestructura, que Occidente no ha estado proporcionando en los últimos años. Así que muchos de estos proyectos chinos han hecho bien. Los chinos siguen diciendo que esta es una situación en la que todos somos ganadores: ustedes ganan dinero y nosotros también, pero el problema es que la inversión china tiene un precio bastante alto porque, primero, negocian de una manera muy dura sus transacciones comerciales y generalmente tratan de poner el riesgo del proyecto en la entidad soberana con la que están haciendo la transacción en lugar de absorberlo ellos mismos. Eso es lo que ha llevado a esta situación de trampa mortal en la que los países se sobreendeudan, como Myanmar o Sri Lanka, y ahora Ecuador se está poniendo en esa situación. Descubren, de repente, que el proyecto no era tan rentable, y tienen todas esas deudas con China. Una vez que han aceptado lo que en un principio parecía una buena oferta de los chinos, se encuentran atrapados en esa relación. Hay formas de mitigar esto si uno estructura estas transacciones como una sociedad público-privada para forzar a las entidades chinas a asumir gran parte de los riesgos de capital. O por medio de licitaciones competitivas en que no es simplemente un contratista chino el que participa, sino un consorcio en el que los chinos tienen que trabajar con otros bancos y empresas occidentales. El problema es que para hacer eso se requiere mucha capacidad del gobierno local. Lo que digo es que estas son cosas potencialmente buenas, pero muchos países en vías de desarrollo simplemente no tienen la capacidad de ser lo suficientemente fuertes frente a los chinos como para tener un proyecto que a la larga sea rentable.

-O tal vez porque sencillamente no pueden hacerlo.

-Sí, no pueden, pero es una tentación muy grande para un político aceptar ese ofrecimiento, porque la recompensa llegará rápidamente. Podrá anunciar un gran proyecto de carreteras, electricidad, lo que sea, y todas las cosas malas ocurrirán cuando ese político ya no esté en su cargo. Además es un tema de abierta corrupción. Los chinos están a menudo dispuestos a sobornar a la gente para que aprueben el proyecto, y eso es algo que es también muy corrosivo para las instituciones del país que sea.

-¿Estados Unidos siguen considerando a América Latina como su patio trasero o donde debe competir con China?

-La visión norteamericana ha cambiado mucho. No creo que nadie hoy en día en Norteamérica siga considerando a América Latina simplemente como su patio trasero, como lo hacían 20 o 30 años atrás. Se han dado cuenta de que ya no tiene la influencia que solía tener y que realmente no tiene la posición moral como para dictarles políticas a los países de esa región. La mayoría de los norteamericanos que comprenden a América Latina se dan cuenta de que tienen que competir en términos más comerciales. China es realmente un desafío muy grande, porque EE.UU. no tiene ni los recursos ni la organización como para competir con los chinos en esa esfera. Ese es un gran problema que debemos solucionar. Simplemente no deberíamos dejar que China sea el poder económico dominante en América Latina, pero con decirlo no basta: hay que organizarse, hay que proporcionar capital. Hay muchas cosas que deberíamos estar haciendo para arreglar esa situación que no estamos haciendo. Hay una gran pregunta de política frente a nosotros que debemos abordar.