SANTIAGO, 17 may (El Mercurio/The Economist) — La lucha comercial es sólo el inicio. Las disputas entre China y EEUU van desde los semiconductores a submarinos; desde películas exitosas a la exploración lunar. Las dos superpotencias solían buscar soluciones en que ambos ganaran, pero hoy ganar parece implicar derrotas del otro. Surge un nuevo tipo de guerra fría que podría terminar sin ganador.
Sus relaciones se han deteriorado. EEUU se queja de que China hace trampa al robar tecnología y que, al ingresar al Mar del Sur o acosar a democracias como Canadá y Suecia, amenaza la paz mundial. China teme que EEUU bloquee su ascenso al no aceptar su propio declive.
El potencial de una catástrofe se avecina. Bajo el Káiser, Alemania arrastró el mundo a la guerra; EEUU y la Unión Soviética coquetearon con el Armagedón. Incluso si China y EEUU no entrasen en conflicto, el mundo asumirá el costo, por menor crecimiento y la falta de cooperación. Ambos necesitan sentirse más seguros, pero también aprender a convivir en un mundo con crisis de confianza. No será fácil ni rápido.
La tentación es excluir a China, tal como EEUU lo hizo con la Unión Soviética. Pero a un costo enorme: el comercio soviético-estadounidense a fines de los 80 era de US$2.000 millones al año; hoy EEUU y China comercian US$2.000 millones por día. Además, las economías de los aliados de EEUU en Asia y Europa dependen del comercio con China. Sólo una amenaza inequívoca podría persuadirlos a cortar sus vínculos con ella.
EEUU no puede relajarse. Ninguna ley de la física dice que la computación cuántica o la inteligencia artificial serán desarrolladas por científicos con derecho a voto. Pese a que las dictaduras tienden a ser más frágiles que las democracias, el Presidente Xi jinping ha reafirmado el control del partido y proyecta su poder al mundo. Por ello, una de las pocas creencias que unen a republicanos y demócratas es que EEUU debe actuar contra China, pero ¿cómo?
Para empezar, EEUU debe dejar de socavar sus propias fortalezas. Dado que los migrantes son vitales para la innovación, los obstáculos del gobierno de Trump a la inmigración legal son contraproducentes. Lo mismo ocurre con su denigración de cualquier ciencia que no se adapte a su agenda.
Otra de sus fortalezas radica en las alianzas de EEUU y las instituciones y normas establecidas tras la Segunda Guerra Mundial. El equipo de Trump ha debilitado estas normas en lugar de apoyarlas y ha atacado a la Unión Europea y a Japón por el comercio en vez de sumarlos en la presión para que China cambie. El poder militar de EEUU en Asia tranquiliza a sus aliados, pero Trump suele ignorar cómo el poder blando también cimenta alianzas.
Una defensa más fuerte necesita una agenda que fomente el hábito de trabajar juntos, como EEUU y la URSS hablaron sobre la reducción de armas mientras se amenazaban con la destrucción mutua.
Tres décadas después de la caída de la Unión Soviética, el momento unipolar ha terminado. En China, EEUU se enfrenta a un gran rival que aspira a ser el número uno. Los lazos comerciales y las utilidades, que solían cimentar la relación, se han convertido en otro tema en conflicto. China y EEUU necesitan desesperadamente crear reglas para ayudar a gestionar la era de competencia de superpotencias, de rápida evolución. Justo ahora, ambos creen que las reglas están para romperse.