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Desde fines del año pasado, muchos economistas han insistido en que la reforma estructural de China debe centrarse más en la oferta que en la demanda, en circunstancias de que la solución puede ser exactamente al revés. Al mismo tiempo, la oferta debe ser impulsada por la innovación, en lugar de mediante el aumento de los insumos. Mientras que la demanda, debe ser impulsada más por el consumo interno, en lugar de la inversión y las exportaciones. Este cambio ha resultado difícil, ya que los factores estructurales indican que la tasa de crecimiento potencial a largo plazo de China, disminuye. No obstante, muchos creen que se estabilizará en la segunda mitad de 2016. Si lo hace, los líderes chinos probablemente podrían concentrarse en el ajuste estructural, sin considerar un estímulo adicional. Pero hay buenas razones para creer que la tasa seguirá disminuyendo. Para agravar el problema, uno de los principales impulsores de la demanda de la economía, la inversión en bienes raíces, está disminuyendo más rápidamente que la expansión del consumo interno. En este contexto, China no se enfrenta a una elección entre el estímulo keynesiano o la reforma de la oferta, sino más bien al desafío de lograr un equilibrio entre las dos.

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