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Después de la crisis financiera de 2008, cuando el menor crecimiento se convirtió en la “nueva normalidad” para muchos países, China comenzó a acelerar su reordenamiento económico. Esta transición ha tenido implicaciones de largo alcance. Antes, las actividades económicas que ahora florecen no estaban categorizadas como industrias manufactureras en absoluto, sino como servicios. Por lo tanto, los sectores de servicios están en situación de compensar gran parte, sino todo, el crecimiento perdido por la menor producción de las ramas manufactureras orientadas a las exportaciones. Pero, como lo demuestran las transiciones japonesa y surcoreana del crecimiento impulsado por las exportaciones al impulsado por la demanda interna, la transformación estructural es un proceso lento y doloroso. China está en medio de ese proceso y debe tener cuidado de no socavar las fuentes existentes de crecimiento y caer en una trampa estructural donde el propio costo de la transición destruya las nuevas ganancias. Mayores reformas estructurales acercarían mucho una solución a este problema, pero eso también requerirá que los líderes chinos tomen decisiones políticas difíciles, que no serán del agrado de todos.

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